«El cáncer se puede vencer. Absolutamente. El de mama lo estamos curando en el 87% de los casos»

Hijo y nieto de médicos, optó por la vía más dura: la oncología. Jefe de este servicio en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona, es además fundador de una unidad de cáncer de mama pionera en el mundo. Ve morir pacientes a diario y recuerda que una de cada tres personas desarrollará la enfermedad en su vida, pero se muestra optimista:

Por ELENA PITA.



Pese a las cifras, no ha perdido un ápice de sensibilidad, de empatía hacia la pena de sus pacientes. Por las manos del doctor Josep Baselga (Barcelona, ı958) pasan al año 80.000 expedientes de cáncer y practica 60.000 tratamientos, de los que unos 600 se someten a ensayos clínicos o lo que él llama la revolución biomédica: acortar los tiempos de aplicación de los fármacos que como un continuo se van descubriendo. Tiene claro que el cáncer se puede vencer, «absolutamente». De hecho, registra ya un 87% de curación en los tumores de mama. Su carrera y su ética son el más perfecto código deontológico de la profesión médica: endurecer la resistencia física pero jamás la emocional. Presidente de la Asociación Europea de Oncología, premio Jaime I y premio de la Sociedad Americana para la Investigación del Cáncer en 2008, artífice de la primera unidad integral del cáncer de mama –pionera en el mundo–, catedrático y jefe de Oncología del hospital Vall d’Hebron, el doctor Baselga llora con sus enfermos. Pero también en ellos, o gracias a ellos, descubre la bondad del ser humano. En su aceptación de la muerte y su rechazo al dolor, aprende él a vivir cada día. Lo encontramos en los laboratorios del Instituto de Investigación del Vall d’Hebron. Tiene el lugar algo de trastienda del mago, donde, enfrentados a probetas, cristales y émbolos, las cajas de galletas, la botella de Martini o el cepillo de dientes (porque estos investigadores, 45 en su equipo, suelen vivir en sus cubículos, como en cuartos de estudiante) serían la tramoya del científico: un ser poco comprensible, poco común, y no menos humano. Unas toallas, magdalenas, un microondas, café...

P.Ha recibido este año dos premios importantes y ha montado la primera unidad integral del cáncer de mama. Sin embargo, ve morir enfermos todos los días, ¿qué puede más?, ¿cómo consigue superar el desánimo?

R.Ver morir enfermos es lo que hacemos a diario, es parte de la vocación médica, que no es necesariamente curar, sino atender a pacientes durante su vida y su proceso de muerte. Un oncólogo tiene que tener voluntad de asistir a un paciente grave que puede morir, y esto no debe desanimarte, porque la muerte es parte de la vida. Cuando un paciente se muere, yo sufro, pero también es un estímulo para avanzar y que cada vez ocurra menos. Hay que mantener la paz interior y obligarse a estar al día de los avances. Un oncólogo debe considerarse un investigador en la frontera del conocimiento. P. Corríjame si me equivoco: ¿el cáncer se puede vencer?

R. Sí, absolutamente. El cáncer de mama lo estamos curando ya en el 87% de los casos. La tasa de mortalidad del cáncer es muy alta, porque así lo es la incidencia del mal: una de cada tres personas desarrollará un cáncer en su vida, una cifra brutal. Pero el porcentaje de pacientes con cáncer curado va subiendo, son ya millones.

P. ¿Cuándo el cáncer dejará de ser una enfermedad dolorosa y mortal de necesidad?, ¿será nuestra generación o la de nuestros hijos la que lo vea?

R. Ya lo estamos viendo, esto ha cambiado mucho y hoy la gente ya afronta la palabra cáncer y toma decisiones sobre su tratamiento. También hemos avanzado muchísimo en el tratamiento del dolor, que ya no se considera algo aceptable: tenemos mecanismos para paliarlo.

P. Recientemente vimos la condena política y social de los tratamientos contra el dolor aplicados en el Severo Ochoa de Madrid. Estas inercias contra las que aún hay que luchar, ¿tienen una raíz religiosa, hipócrita o de ignorancia pura?

R. Son culturales, de origen judeocristiano, donde se considera que el dolor purifica y dignifica. No, yo creo que el dolor es inhumano, resta dignidad y te deja indefenso. Hay que cambiar el chip de los enfermos. «¿Tiene dolor?», les preguntas; y te responden: «Se aguanta». Yo siempre les digo que por aguantar el dolor no damos medallas.

P. Doctor, ¿cuánto se aprende a diario de seres humanos en el límite, en el abismo que media entre la vida y la muerte?

R. Muchísimo, porque es cuando el ser humano se manifiesta en toda su grandeza, al desnudo. Ves sentimientos muy nobles, personas que se ponen más en el lugar de los otros que en el de sí mismas. La mayoría mueren bien, en paz, sobre todo aquellos a quienes puedes preparar. El ser humano es muy bipolar, capaz de ser muy bueno y muy malo, y a mí me sorprende continuamente la bondad del hombre en estas circunstancias.

P. Supongo que esto también le hace a usted ser mejor.

R. Sí, sí, eso espero.

P. Permítame que le cite: «Un médico que se endurece está perdido». ¿Usted sufre con sus pacientes?

R. Sí, sí.

P. Es usted hijo y nieto de médicos, y cuenta que la primera medicina la aprendió acompañando a su padre en sus visitas como médico de empresa. ¿Lo suyo es vocacional cien por ciento? R. Sí, además mi madre era enfermera, con lo cual en casa estábamos perdidos. En aquella época, las clínicas se montaban en el domicilio particular, y nosotros jugábamos todo el día a médicos. De los cuatro hermanos, dos somos doctores y una, enfermera.

P. Sus comienzos en la medicina en Estados Unidos fueron bien duros, al parecer, Brooklyn, años de VIH masivo. ¿Una escuela así marca para siempre? ¿Qué recuerda de ello?

R. Es importante que los médicos se expongan a condiciones extremas durante su formación. Deben curtirse física y emocionalmente, casi como un militar, acostumbrado a exigencias y situaciones duras. Durante aquellos tres años de residente viví prácticamente en el hospital; era nuestra casa. Teníamos una guardia de 24 horas cada tres días, o sea, que o salías o entrabas en la guardia. Ésa era la rutina.

P. Y ¿por qué el cáncer fue su objetivo desde tan temprana edad y experiencia?

R. Me gusta la medicina dura y difícil, y el cáncer entonces era el reto: la causa de muerte más importante sin solucionar aún. Pero, entonces, hablamos de los años 80, la investigación básica empezaba a dar signos claros: aparecieron los oncogenes y se dieron los primeros avances de la biología molecular. Hubo una corriente de médicos jóvenes que nos convencimos de que aquello era el comienzo de una nueva era para el cáncer y nos involucramos en ello, porque era profundamente atractivo. De hecho, hubo un grupo importante de españoles que compartíamos esta pasión y que nos fuimos a EEUU a hacer cáncer (sic) o biología molecular, como fue el caso de Joan Massagué.

P. Trabajó duramente para conseguir su puesto en el Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, investigó, fue reconocido y, finalmente, volvió a Barcelona para fundar una familia, que creo lo ha conseguido [va por el cuarto hijo], y crear una unidad de oncología de referencia para toda Europa. ¿Lo ha logrado ya?

R. La familia había comenzado a crecer ya en Nueva York y, en cuanto a la oncología, somos un servicio de referencia, el segundo de Europa en cuanto a ensayos clínicos con moléculas nuevas. Hemos creado un instituto de investigación y estamos iniciando una unidad sólo para ensayos en fase I, financiada por La Caixa. Vemos al año más de 4.000 primeras consultas de cáncer, 80.000 seguimientos, 60.000 tratamientos y 600 pacientes que entran en ensayos clínicos, algunos de los cuales se benefician de medicamentos que aún no están disponibles. En definitiva, hemos creado una especie de conocimiento oncológico alrededor del paciente; es decir, que la investigación se aplica. Por eso nos apoyan las compañía farmacéuticas, para las que somos referencia. La medicina clínica tiene que romper esquemas y paradigmas de actuación en la investigación, hay que ser mucho más ágiles, hay que reducir los tiempos de estudio y desarrollo de los fármacos y hay que actuar en función del tipo de genes o de proteínas que regulan cada tumor, es decir, en función del paciente y no en función del órgano afectado. Tenemos que ser mucho más innovadores, y a nivel de diseño de ensayos clínicos, Europa ya es mejor que EEUU: tenemos unas ı2 unidades pioneras y mucho más operativas que las clásicas americanas, y esto te lo digo desde mi cargo de presidente de la Sociedad Europea de Oncología. Estamos en un momento precioso de la investigación biomédica aplicada al paciente, porque vamos a hacer volar por los aires el concepto clásico de desarrollo de fármacos: estamos tardando ı0 años desde que probamos un medicamento en un paciente hasta que llega al mercado. ¿Cuánta gente se nos queda por el camino? Es una barbaridad, hay que acortar los tiempos de desarrollo dentro de los márgenes de seguridad, hay que buscar diseños y estrategias nuevas, y por ahí convertiremos a Europa en una fortaleza del desarrollo oncológico.

P. «Adelante y de cara», así ha bautizado a su unidad integral contra el cáncer de mama, que fue posible gracias a la donación de una empresaria, Ángeles Sanahuja Pons (4,4 millones de euros). ¿Fue paciente suya?, ¿le debe a usted la vida?

R. Sí, fue mi paciente, y sí, ha superado el cáncer. Es un centro nuevo de dos plantas, precioso, y la donación se hizo a través de la Fundació Privada d’Estudis i Recerca Oncòlogica (Fero). P. Que es una fundación privada y altruista para la investigación oncológica que usted mismo preside. Si éste es el sistema de financiación de la ciencia en el futuro, pregunto: ¿vivimos en una sociedad con mayores desigualdades o más solidaria?

R. Mucho más solidaria. El sistema sanitario público está financiando gran parte del desarrollo científico, pero no es suficiente, y una obligación nuestra es buscar apoyos en la sociedad. Europa, y España en concreto, no tenía tradición de filantropía, y esto está cambiando. Fero es un gran instrumento para canalizar las donaciones que permiten el funcionamiento de nuestro instituto de oncología en el Vall d’Hebron, que fundamentalmente proceden de la Generalitat y de La Caixa y la Fundación Cellex, que es extraordinariamente generosa. O sea: iniciativa privada financiando centros públicos. Y éste es el camino, siempre que la filantropía tenga garantía del fin de sus donaciones, algo que debe exigirse.

P. Doctor, ¿espera que el nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación aporte algo innovador para la ciencia?

R. [Pone una cara un poco rara]. Este país tiene una asignatura pendiente y es que no se financia la investigación clínica. Esperamos que esto se resuelva; que se defina de una vez por todas que un hospital es un centro de investigación, que se cree una red de cinco o seis hospitales punteros, lo que no quiere decir chocolate para todos, no. Nos jugamos el futuro, y tenemos que atraer a las farmacéuticas, y esto es lo que espero entienda el Ministerio.

P. Critica usted abiertamente el sistema sanitario español, lo tacha de rígido y dice que da igual si lo haces bien o mal, que está configurado por funcionarios con plaza. ¿Es posible cambiar esta inercia? R. Sí, de lo contrario estamos muertos. Los hospitales tienen que ser mucho más flexibles y tener más capacidad de decisión para adaptarse a las necesidades cambiantes de la población. Y hay que pagar mejor a los médicos, que están muy mal retribuidos.

P. Doctor, ¿la medicina era más comprometida y solidaria en la época de su abuelo?

R. No. Es fácil idealizar el pasado, pero yo creo que la entrega es la misma. Es la condición humana, y eso se ve perfectamente en la planta de oncología. El grado de vocación entre los residentes es el mismo de antes, llega a conmover. Además, después de la eclosión de la tecnología, que creímos iba a solucionar los problemas de la medicina, nunca el juicio clínico había sido tan importante como ahora para la toma de decisiones: hay tanta tecnología, tanta información, puedes cometer tales barbaridades, que las decisiones son mucho más fundamentales. Nosotros educamos a los médicos especialmente para esto y para leer, en lugar de enseñarles a estudiar o memorizar.

P. Doctor Baselga, ¿qué quiere decir exactamente cuando pronuncia esta sentencia tan rotunda y alarmante: «El cáncer nos tocará a todos»? ¿Quiere decir que todos somos enfermos de cáncer en potencia o que todos vamos a llorar a un enfermo de cáncer al menos en nuestras vidas?

R. Que no podemos escaparnos de él. Una de cada tres personas lo desarrollará a lo largo de su vida, por tanto, y con toda seguridad, nos tocará a nosotros mismos o a un ser querido, y el cáncer no afecta sólo al paciente sino a todo su entorno, profundamente: el esposo de una paciente de cáncer es un paciente. Además, te puede ocurrir de un día para otro, y aunque uno puede influir en el riesgo con controles, sin tabaco y con ejercicio, hay dos factores ingobernables: la genética y el entorno.

fuente: http://www.elmundo.es

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