Albrecht von Haller

Nacido hace 300 años en Berna, es considerado el último de los genios universales.
¿Fue una verdadera gloria? Para los expertos sí, a pesar de que el gran público ya ha olvidado a Albrecht von Haller y su erudición, tan legendaria que algunos de sus ilustres contemporáneos hicieron largos viajes para ir a verlo.
"Del señor Haller hay que decir que sabe todo", escribió con gran admiración Giacomo Casanova, después de un encuentro con el erudito suizo en el año 1760.
La mitad de Europa había aprendido a ver las montañas con otros ojos gracias a su poema Los Alpes, de 1729, y se enamoró con la ayuda de los versos de Doris, de 1730, la poesía escrita para pedir la mano a la primera mujer.
En botánica, Haller rivalizó con Lineo. Su herbario, la primera descripción sistemática de la flora helvética, se compone de 61 volúmenes monumentales. Los números XV y XLI fueron los tomos escogidos por el Museo Histórico de Berna para la muestra preparada con ocasión del 300º aniversario del nacimiento de Haller.
Sin embargo, fue sobre todo en el campo de la Medicina donde el genio bernés ha dejado su impronta más notable. Para él, esta ciencia siempre constituyó una prioridad. Un poeta —escribió— puede entretener durante un cuarto de hora, un médico puede mejorar las condiciones de una vida entera.
La importancia de la contribución de Haller al desarrollo científico se puede intuir también del dato siguiente: 21 partes del cuerpo y 14 plantas llevan o han llevado su nombre.
Además, Haller se asoma en muchas —aunque discutibles— clasificaciones de excelencia.
Se encuentra, por ejemplo, en el noveno puesto de la escala de inteligencia establecida en 1926 por un grupo de psicólogos de Stanford, detrás de personajes como Stuart Mill, Goethe y Leibniz, pero delante de Miguel Ángel, Galileo o Mozart.
En cuanto a su actividad poética, el crítico alemán Dietrich Schwanitz clasificó Los Alpes entre los 70 libros que más han cambiado el mundo, junto a otras obras como El Príncipe de Maquiavelo o la Enciclopedia de Diderot y de D'Alambert.

En el Museo Histórico de Berna también se exponen los esqueletos de gemelos siameses preparados por Haller. (Keystone)
Padre de la sensibilidad
Después de haber concluido sus estudios de Medicina con apenas 19 años, Haller sigió con sus estudios en París y en Londres. La capital gala le impresionó por dos motivos: es la antítesis de la vida en la naturaleza que idealiza en las 49 estrofas de Los Alpes y le enseña los límites de la cirugía.
Tras asistir a diversas operaciones —casi todas con resultados letales para los pacientes—, Haller decidió que es mejor seccionar a los muertos, en lugar de operar los vivos.
En los 16 años que profesa en Gotinga, acaban en las mesas de su "teatro anatómico" nada menos que 350 cadáveres de personas a las que la Iglesia negaba una sepultura (condenados a muerte, madres mozas, suicidas...). Gracias a estas autopsias y a los experimentos sistemáticos con animales, Haller adquiere y transmite nuevos conocimientos sobre el sistema de la circulación sanguínea, la respiración y el corazón.
Es él quien refutó el mito del cuerpo humano imaginado como bomba hidráulica cuyos miembros se mueven a órdenes del alma. Haller demuestra que el organismo no es una máquina animada, sino que posee propiedades autónomas, y que es capaz de la acción y la reacción, y que es sensible.
Con la vivisección de perros y gatos, estimulando sus músculos, irritando sus nervios destapados, el médico bernés hace descubrimientos fundamentales e inaugura la época de la experimentación sistemática.
El precio a pagar fue el sufrimiento de los animales, que en la época fueron considerados como algo poco más que objetos: usarlos para mejorar los conocimientos humanos no provocaba problemas éticos, a pesar de que Haller escribiera: "personalmente son crueldades que me repugnan".
Estajanovista, hipocondríaco, drogado
Haller aplica la técnica de la observación sistemática también en sí mismo. Cuando en 1773 se enferma por una infección en las vías urinarias, anota minuciosamente la frecuencia, el color y la consistencia de la orina.
Los dolores cada vez más fuertes lo empujan a probar el opio. "No olvidaré jamás el efecto de la primera aplicación", escribe en sus apuntes, donde aprendemos que las dosis son aumentadas regularmente y que los intentos de desintoxicación fracasan míseramente.
A pesar de la enfermedad, Haller continuó con sus actividades: "Trabajaré hasta que deje de estar vivo". Y vida le quedó aún lo suficiente como para recibir los honores de una visita del emperador austriaco José II, quien en lugar de Voltaire, se dirige a Berna de incógnito para ver al famoso suizo.
Para el científico bernés, el homenaje del emperador significó una victoria sobre el filósofo francés, con el cual terció una disputa sobre las teorías del buen gobierno, tema de algunas de sus novelas, y la importancia de la religión.
Haller murió en 1777, pocos meses después de la visita del emperador. La leyenda dice que, atento hasta el último suspiro a su pulsación cardíaca, dijo observando su pulso: "Late, late, late, late... ya no más."
swissinfo, Doris Lucini(Traducción del italiano: Antonio Suárez Varela)
fuente: http://www.swissinfo.ch

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