La prohibición de vuelos sobre Europa debido a la nube volcánica puso un alto a la emisión de grandes cantidades de anhídrido carbónico

Viajeros varados lejos de casa, cargas importantes que no llegaron a sus destinos a tiempo, pérdidas millonarias para la industria de la aviación y los sectores económicos que dependen de ella; esas son sólo algunas de las secuelas que trajo consigo la nube de cenizas que se formó tras la explosión del volcán islandés Eyjafella. Pero el hecho de que las autoridades del Transporte continentales hayan cerrado el espacio aéreo europeo preventivamente –las partículas volcánicas comprometen la seguridad de los pasajeros al poner en riesgo el funcionamiento de las turbinas y los sensores de los aviones– también tuvo sus ventajas.

El sonido del silencio

No faltará quien desestime el cese del ruido de las aeronaves como un factor beneficioso para el medio ambiente, alegando que el sonido del silencio no contribuye a mitigar la intensidad de los cambios climáticos; pero, apartando la agradable calma de los cielos no transitados, la cancelación de los vuelos en Europa y el norte del Atlántico puso un alto abrupto a la emisión de considerables cantidades de anhídrido carbónico (CO2), uno de los gases que propicia el efecto invernadero.

Y la oportunidad para medir cuánto CO2 se dejó de producir no fue desaprovechada. “Nosotros hemos hecho un cálculo aproximado por cada día de prohibición de vuelo. Eso nos permite decir que se han dejado de producir más de un millón de toneladas de CO2 diariamente”, explica Jan Burck, experto en materia climática de Germanwatch, una organización no gubernamental que promueve un cambio de actitud en la opinión pública alemana de cara a las estructuras políticas y económicas globales.

Un millón de toneladas de CO2 diaras

“En una semana, ese déficit equivaldría más o menos a la cantidad de emisiones de CO2 producidas por la República de Letonia en un año o, si se quiere, al 1 por ciento de las emisiones producidas por Alemania. ¡Esa es una cantidad impresionante!”, agrega Burck, subrayando que se trata de cálculos aproximados, pero realistas: el déficit de emisiones de los vuelos trasatlánticos cancelados –los que debían haber partido de Estados Unidos y Canadá con destino al Viejo Continente– no fueron incluidos en la medición de Germanwatch.
“El tránsito aéreo es un asunto problemático porque constituye el sector generador de emisiones de CO2 con mayor grado de crecimiento. El tamaño de sectores como el de la producción de energía o el del tránsito terrestre se está reduciendo en Alemania, pero se corre el riesgo de neutralizar el ahorro de emisiones que esta reducción propicia con la intensificación del tráfico aéreo en Europa y el resto del mundo”, sostiene Burck, insistiendo en que este factor contaminante es cualquier cosa menos inofensivo.

El tránsito aéreo, el más dañino

Según el especialista de Germanwatch, la estela y las nubes cirros que dejan los aviones al surcar el cielo a una altura de entre 8.000 y 10.000 kilómetros resultan particularmente dañinas para la atmósfera; a esos niveles, las emisiones de CO2 tienen la facultad de calentar la atmósfera más rápida e intensamente. Aunque la circulación de trenes, buses y automóviles aumentó durante la prohibición de volar, sus emisiones no son comparables a las generadas por la aviación comercial en circunstancias normales.

“Para producir una tonelada de CO2 es necesario volar aproximadamente 3.000 kilómetros, recorrer 7.000 kilómetros con el automóvil o entre 15.000 y 20.000 kilómetros con el tren. Con eso se percata uno de que el tránsito aéreo es el más dañino para el medio ambiente”. Así responde Burck a quienes creen que la producción de CO2 no se alteró mucho durante el cierre del espacio aéreo europeo.

Las lecciones de la crisis

Es muy probable que muchos trotamundos recuerden esta crisis de transporte con horror, pero todavía está por verse cómo influirá este episodio sobre los hábitos de desplazamiento de quienes se describen como turistas o viajeros frecuentes. Germanwatch espera que sean sobre todo las grandes empresas las que reformulen sus políticas de viajes y se limiten a movilizar a sus empleados por tren cuando de viajes por Europa se trate.

También sería bueno que quienes planifican sus vacaciones lo hicieran tomando en cuenta la relación que existe entre los cambios climáticos y los rastros dejados por las actividades humanas. Burck les recomienda recapacitar sobre sus propias expectativas a la hora de seleccionar los destinos turísticos: “Sería interesante que, gracias a esta situación, la gente recobrara el sentido de las distancias y redescubriera que no es normal recorrer 8.000 kilómetros en 3 o 4 horas, que el mundo es grande y que recorrerlo toma tiempo. Esa sería una gran lección”.

Autora: Irene Quaile / Evan Romero-Castillo

Editor: José Ospina Valencia


fuente: http://www.dw-world.de

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