Columna de opinión del Director Ejecutivo de Fundación Integra, Sergio Domínguez

Los niños que hoy, el 2010, el año del Bicentenario, tienen entre 3 meses y 4 años serán adultos, cumplirán la “mayoría de edad”, entre los años 2024 y 2028.

Ya que soñamos con el Chile del 2020, es bueno detenernos y preguntarnos ¿estamos invirtiendo lo suficiente en quienes inaugurarán su vida adulta en esa década?

Desde la neurociencia de Boris Cyrulnik hasta la economía del Premio Nobel James Heckman, todos los estudios nos hablan de la urgencia de comenzar temprano, de lo determinante que son los primeros años de vida para aprender habilidades cognitivas y sociales.

Cyrulnik, neurosiquatra y sicoanalista, nos habla de la plasticidad cerebral, al impactante número de conexiones sinápticas que se produce durante los tres primeros años de vida. En los datos duros de la rentabilidad social, Heckman nos dice que por cada dólar invertido en educación inicial hay un retorno de 8 dólares cuando ese niño se convierte en adulto.

Ambos están de acuerdo en que ninguna de estas oportunidades inherentes a la primera infancia darán fruto si este periodo de la vida no se desarrolla en un clima de afecto y confianza que invite a la exploración, plataforma de cualquier aprendizaje.

Por eso, en nuestra reflexión no bastará preguntarnos cuantos recursos económicos estamos destinando en los adultos del 2020, también habrá que mirar y mirarse analizando la relación que los adultos establecemos cotidianamente con los niños y el lugar que les estamos dando en nuestra sociedad.

El simple ejercicio de revisar los temas más difundidos por los medios de comunicación hace evidente que la sociedad considera más valiosa, reconocida y visible, la adultez que la infancia.

De alguna forma todos, en mayor o menos medida, somos influidos por esta visión en nuestra forma de entender y relacionarnos con niños y niñas a quienes miramos desde un prisma que nos dificulta reconocer que ellos sienten, piensan y reaccionan de una manera distinta a la lógica del adulto.

Necesitamos también invertir tiempo, tiempo de calidad, para acompañar y fortalecer sus emociones y hacer conscientes situaciones cotidianas relacionadas con el bienestar, el respeto y la promoción de los derechos de niños y niñas.

Vamos al terreno práctico. ¿Cuántas veces nos damos realmente el tiempo de escuchar sus preguntas y responderles con cariño? ¿Hacemos efectivamente el trabajo de conocer y respetar sus preferencias, sus amigos, sus juegos? ¿Qué nivel de intimidad y cercanía construimos con ellos?

La inversión económica está en curso, la oferta pública de jardines infantiles y salas cuna se expande cada día y los esfuerzos por asegurar la calidad de la educación que reciben los niños avanzan. No obstante, el imprescindible ingrediente afectivo siempre podrá reforzarse para construir bases más sólidas desde donde nuestros ciudadanos más jóvenes salgan a aprender.

Este 14 de agosto se cumplen 20 años desde que Chile ratificó la Convención Internacional sobre Derechos del Niño. Es una excelente fecha para comprometerse con un cambio de enfoque, ponernos a la altura de los niños proyectando una feliz vida para los adultos 2020.

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