El Bullying. Por Carmen Birke, Universidad San Sebastián,sede Puerto Montt




El Bullying es una forma de violencia, la cual ha estado siempre presente en la sociedad. Es más, constituye una epidemia de salud pública en Estados Unidos y es una de las principales preocupaciones de las políticas y proyectos de salud mental en Europa. La agresión es inherente al ser humano, alcanzando su mayor desarrollo hacia los dos años, lo que empieza a declinar por la educación que induce a un control sobre ésta. Entonces, la violencia no sería un proceso que se aprende, sino que se desaprende, por lo que en ciertas situaciones, estos procesos no se producirían de manera apropiada.




Por otro lado, existe además en la sociedad actual el estímulo hacia comportamientos violentos, los que son modelados como forma de desenvolvimiento en el mundo, llegando a percibirse que la violencia se ha “normalizado”. Observar algunos programas de televisión, noticias u otros, expuestos en los medios de comunicación, es suficiente para darse cuenta del “bombardeo” de violencia que existe como medio para lograr objetivos a corto plazo. Contribuyen a ello algunas de las crisis de la sociedad actual, con la desestructuración de la familia tradicional, asociada a la soledad invisible de los hijos, el mal manejo de la autoridad, los castigos (físicos y psicológicos) y tantos otros. A las instituciones educativas les ha correspondido en muchas ocasiones relevar las funciones de la familia que no están siendo satisfechas, lo cual tampoco puede ser eficiente ya que tienen otros objetivos.



Además del contexto en el que se produce la violencia, el hecho que un niño llegue a acosar a otro tiene distintas causales. Es frecuente que viva en un ambiente familiar violento o cargado de conflictos, que se utilice la violencia para educar (a través del castigo físico) y que haya tolerancia o aceptación hacia la agresividad. Se suma a ello que existen algunas características madurativas en algunos niños que propician también comportamientos violentos, como ser en los niños impulsivos, quienes con un mal manejo de sus impulsos, tienden a actuar sin medir consecuencias y a interpretar conductas de los pares como agresiones hacia ellos, sin serlo necesariamente.



Cuando un niño hostiga a otro en el ámbito escolar, se ha podido observar también que son niños que han desarrollado menor capacidad de empatía, de ponerse en el lugar del otro, con una mayor insensibilidad que los lleva a no verse afectados por el sufrimiento del otro. Muchas veces no muestran arrepentimiento y, además, algunos disfrutan con el dolor ajeno. Se ha visto que los niños agresores no son muy bien aceptados en el grupo, y muchas veces utilizan éstas conductas como forma de imponerse, de llamar la atención de otros, de ser reconocidos o de canalizar su rabia o frustración debida a otras causas.



¿Qué hacer si un hijo(a) está siendo víctima de Bullying? Por sobre todo, lo primero es creerle, agradecerle la confianza de haberlo contado, contenerlo (que pueda expresar todo lo que le ocurre y siente sin emitir juicios el adulto, ni darle instrucciones sobre lo que debería hacer: si no lo ha hecho es porque no puede)) y ofrecerle su apoyo, lo que no significa un “cuenta conmigo”, sino a través de acciones concretas, conversadas previamente con el niño. No es conveniente “ hacer un escándalo” porque para el niño será peor. Además, son responsabilidades compartidas.



Se requiere acercarse al establecimiento y plantear el problema, buscando de manera conjunta soluciones a ello. Por un lado, es necesario trabajar con el niño que fue objeto de acoso, lo que puede pasar por el acudir a apoyo profesional para fortalecerlo, mejorar autoestima, desarrollar habilidades sociales y aprender estrategias de resolución de conflictos.



Pero, por otro lado, al establecimiento también le corresponde una participación importante en la solución del problema. Se supone que en la actualidad, apoyados por la nueve Ley de Convivencia, todos los establecimientos educacionales deberían estar desarrollando programas preventivos, lo que disminuye la posibilidad de aparición del problema, pero no la suprime. Si no lo estuvieran realizando, deben comenzar a la brevedad. Pero, además de ello, el establecimiento debe trabajar con el curso donde ocurrió el problema como grupo, así como con el niño agredido, el niño agresor y sus respectivas familias. Con los niños se pueden implementar algunas técnicas específicas que se usan frente a grupos donde aparece el acoso, mediante una serie de pasos, compromisos a cumplir, seguimientos y evaluación de los acuerdos. Aún así, hay ocasiones en que el agresor debe recibir también apoyo profesional, lo que debe ser exigido por el establecimiento cuando es pertinente. No todos los casos de acoso requieren intervención profesional, siendo suficiente en algunas oportunidades el establecimiento de acuerdos y su seguimiento, pero en otros casos, éste sí es requerido.



Con el curso, es necesario abordar lo que está sucediendo y analizar de manera conjunta la responsabilidad de los “espectadores pasivos”, que son aquellos que ven y conocen las situaciones de hostigamiento, pero no hacen nada. Establecer procedimientos claros respecto a lo que se debe hacer, a quién recurrir, cómo actuar, ayuda a desincentivar situaciones de acoso.



Por último, existe el amparo legal para los niños que han sido objeto de acoso escolar, cuando se ha buscado el apoyo necesario en la unidad educativa y no ha habido respuesta. Sin embargo, éste es un recursos a utilizar en última instancia cuando, realizadas todas las acciones previas, no ha habido respuesta de parte de un establecimiento. Una denuncia legal concluye habitualmente en un castigo económico para el establecimiento, pero no repara necesariamente la falta ni el dolor vivido

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