OPINIÓN: LA MATERNIDAD ADOPTIVA. Por Nicole Chaigneau V. Docente de Psicología, Universidad San Sebastián.
Sin duda alguna, la madre se hace madre, a medida que ejerce su función.
Las miles
de mujeres que han tenido la maravillosa experiencia de adoptar a un
hijo o una hija, saben con exactitud que es la mirada de aquellos niños,
la que dio inicio a su reconocimiento como madre.
El proceso
de adopción es un período en que se mezcla la ansiedad por las
evaluaciones, la esperanza ligada al cumplimiento de un sueño y las
expectativas, tanto en relación con las características
del niño/a como con los logros de una integración familiar, que
promueva positivamente su desarrollo. El período de espera, comúnmente
mayor a los nueve meses de gestación biológica, culmina con la llegada
de un bebé o un/a niño/a, que ha estado durante un
tiempo variable, requiriendo de los cuidados de adultos que lo protejan
y amen para toda la vida; formando parte de una familia, que le aporte
una identidad y desarrollo específico, estando atentos a sus necesidades
y requerimientos particulares.
Ese momento
de encuentro, tiene una cualidad única, de entrelazar eventos mágicos,
afectivos, formales y judiciales, los que dan inicio a un lazo profundo
que durará al menos, el resto de la vida.
Bajo circunstancias muy disímiles, la madre mira y cobija en sus brazos
a ese niño/a por primera vez, manifestando una “explosión amorosa” que
sella este acto de amor incondicional y da inicio a un compromiso de
cuidado para siempre.
Madre y
padre, reciben a este hijo “del corazón”, que en realidad es amado no
sólo desde este órgano sino desde las entrañas, desde cada célula del
cuerpo y desde el alma. El amor producido en la
adopción no se diferencia en absoluto del surgido a partir de la
maternidad y paternidad biológica.
Las
distinciones pertenecen a otro ámbito, y son referidas principalmente al
conocimiento de la existencia de otros progenitores, que le dieron
origen y a quiénes se les agradece haber conservado
su vida, más allá de las circunstancias que los llevaron a entregarlo
en adopción. Se reconoce que esta existencia tendrá que ser informada al
niño o niña, a medida que crece, haciéndolo participe de la verdad
respecto a su origen. La historia de su llegada
es transmitida desde el amor, el respeto y la honestidad, fomentando
valores que le permitirán crecer en un clima de confianza, comprensión y
perdón.
La madre
irá aprendiendo en la práctica de su maternaje, de qué manera lidiar con
la historia de vida de su hijo/a, anterior a su llegada, el
desconocimiento de su carga genética y los temores asociados
a la decisión posterior de conocer detalles acerca de su nacimiento,
pero todo ello estará fundamentado en la vivencia central y concreta que
es
madre quien cría, contiene, enseña, educa, apoya y acompaña, en un ambiente de amor y protección.
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