"2010-2014: Un Chile más justo". Por Patricio Melero

OPINIÓN

El 11 de marzo habrá culminado el primer gobierno de la Alianza, bajo el mandato del Presidente Sebastián Piñera Echenique. El legado que deja es macizo y no admite evaluaciones mezquinas ni sesgadas, porque se expresa en obras concretas e indicadores objetivos, en el reconocimiento de millones de chilenos y en la admiración que ha recuperado Chile en América Latina y el mundo.
Con el firme propósito de cumplir un ambicioso programa, el gobierno enfrentó desde el primer día un mandato marcado, como pocos, por la adversidad. Llevaba a la centroderecha a La Moneda, tras 20 años de gobiernos de centroizquierda, y su instalación era, por tanto, más compleja que las anteriores. Tenía la misión de reconstruir material y anímicamente a un país devastado por un terremoto y tsunami, con miles de familias damnificadas, hospitales y escuelas inhabilitados y a las seis regiones más pobladas con severos problemas de conectividad, abastecimiento y de orden público.
Producto de lo que The Economist había llamado “la siesta de Chile”, enfrentábamos, además, una economía en recesión, con 800 mil cesantes y un déficit fiscal de 3,1%. La delincuencia había alcanzado tasas históricas; la educación navegaba, en todos sus niveles, entre la mala calidad y la debilidad institucional, y el sistema de salud pública registraba larguísimas y humillantes listas de espera.
El Presidente Piñera entregará a Michelle Bachelet un legado político y material, y la responsabilidad de conducir a un Chile muy distinto al que ella misma dejó en marzo de 2010. Un Chile más exigente, que comprobó en estos cuatro años que sí es posible, con decisiones estratégicas y políticas correctas, aspirar a un crecimiento económico sostenido, crear casi un millón de nuevos empleos, gobernar con estándares de transparencia y probidad más altos, y enfrentar los focos de abuso públicos y privados. Un Chile que se la jugó por desafiar el pesimismo, para cumplir con la reconstrucción, poniendo de pie 200 mil viviendas y la infraestructura pública de un tercio del territorio, y para rescatar a 33 mineros atrapados en un mina en Copiapó, lo que para la mayoría de los expertos era un imposible.
En ese legado está la huella del profundo compromiso social de la UDI, en la concreción de la agenda social que propusimos en mayo de 2009 al entonces candidato presidencial Sebastián Piñera. Ahí están el Ministerio de Desarrollo Social, el Ingreso Ético Familiar, el bono al trabajo de la mujer, el descuento del 7% en salud para los jubilados, la ampliación del tamaño de la vivienda social, entre otras iniciativas, que han dignificado y mejorado sustancialmente la vida y las oportunidades de miles de familias.
El primer gobierno de la Alianza deja también un legado político, confirmando que la alternancia en el poder es sana y deseable en una democracia, y derribando la caricatura que pesó durante décadas sobre nuestro sector, alimentada por el persistente discurso de la izquierda. No solo no pusimos fin a la política social: rompimos con la cadena del asistencialismo e impulsamos fórmulas de promoción social, porque creemos en la capacidad y esfuerzo de las personas. No solo no restringimos los derechos de los trabajadores: duplicamos el permiso postnatal, se multiplicaron en estos años las oportunidades laborales y mejoraron los salarios. Confirmamos también nuestra vocación democrática, que se expresa no solo en eventos electorales, sino que también fundamentalmente en el respeto a las instituciones y en el reconocimiento del diálogo político como uno de los motores del desarrollo de un país.
La UDI llega al fin de este mandato con la certeza de haber contribuido a cumplir los compromisos asumidos con el país y orgullosos del rol que desempeñaron nuestros ministros, subsecretarios, intendentes, gobernadores y cientos de sus hombres y mujeres, de todas las generaciones y desde Arica a Magallanes. Cada uno de ellos confirmó en estos 48 meses su vocación de servicio público, trabajando por un Chile que es hoy, sin duda, más justo que en marzo de 2010.
Enfrentamos importantes y complejos desafíos a partir del 11 de marzo: defender lo realizado en estos cuatro años, para impedir que la acción política pequeña lo desfigure ante los ojos de los chilenos; fortalecer la unidad de la centroderecha, para actuar como una oposición cohesionada, justa y firme, que contribuya a la aprobación de todas las reformas que estime le hacen bien a Chile, impulse el diálogo político y ejerza las facultades de fiscalización que resguarden el patrimonio fiscal. Y, la tarea más relevante y de la que nadie en nuestro sector puede restarse, desplegar todas nuestras capacidades para recuperar la confianza de una mayoría ciudadana que nos permita instalar, en el 2018, un segundo gobierno de la Alianza.-

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