Cinco mitos acerca del Grupo de los Veinte . Por Robert B. Zoellick





La próxima semana tendrá lugar otro suceso conmovedor de nuestra era de crisis financieras: una cumbre del Grupo de los Veinte (G-20), donde se reunirán líderes del mundo para desarrollar y discutir soluciones a la inestabilidad económica mundial. Sin embargo, con toda la pompa que despliegan, ¿qué se logra realmente en estas reuniones? En momentos en que el presidente Obama y otros jefes de gobierno emprenden su viaje a Cannes, Francia, corrijamos algunos errores de concepto en torno a estas reuniones de alto nivel.







1. El Grupo de los Veinte tiene 20 miembros.



En la actualidad, el G-20 es un grupo para nuestra época: el número total no se ajusta al real. Los gobiernos anfitriones comúnmente invitan a otros países, ya sea para contar con la representación de regiones en particular o aplacar a países vecinos que expresaron su queja. Es así que comúnmente se cuenta con la presencia de cerca de 25 naciones, más las autoridades máximas de organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y las Naciones Unidas. (La Unión Europea ocupa la mayoría de las plazas, comúnmente correspondientes a seis o siete países así como a representantes del presidente del Consejo Europeo, el país que ejerce la presidencia y la Comisión Europea).







Los países que se sientan a la mesa representan alrededor del 85% del producto interno bruto (PIB) mundial. Naturalmente que las economías desarrolladas más grandes, especialmente Estados Unidos, ejercen considerable influencia, aunque menoscabada por sus preocupantes resultados de los últimos años. También son importantes las opiniones de los grandes países en desarrollo, como China e India, aunque las economías de tamaño mediano pueden ejercer más influencia que la que tienen movilizando a otros en torno a cuestiones específicas. Por ejemplo, Australia y Sudáfrica han insistido este mes en la consideración de varias opciones para complementar los recursos del FMI en caso de producirse otra caída de los mercados financieros.







2. El Grupo de los Veinte se creó durante la crisis financiera de 2008.



Aunque adquirió prominencia después de la caída de Lehman Brothers en el otoño boreal de 2008, el G-20 se creó en 1999, después de la crisis financiera asiática que se propagó a otros mercados emergentes. En ese momento, varios ministros de hacienda, encabezados por el de Canadá, sostuvieron que las naciones en desarrollo debían tener más participación en los debates mundiales acerca de la política económica.







Como ilustración de la naturaleza especial del nuevo grupo, el conjunto de miembros del G-20 sigue reflejando algunas curiosidades del proceso inicial de autoselección, por ejemplo, Sudáfrica y Arabia Saudita querían participar, pero Egipto y Nigeria no manifestaron interés en hacerlo. Aun así, la creación del G-20 fue un primer indicio de que la era del Grupo de los Siete (G-7), el viejo club de naciones desarrolladas integrado por Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Estados Unidos, estaba llegando a su fin.







Aparte del acuerdo de 2004 sobre cuestiones tributarias, el G-20 sirvió en sus primeros años en gran medida como grupo de discusión. Sin embargo, en octubre de 2008 el presidente George W. Bush quiso asegurar a los ministros de hacienda y autoridades de bancos centrales, convocados en la ciudad de Washington para las reuniones anuales del Banco Mundial y el FMI, que su gobierno estaba empeñado en evitar una crisis económica mundial. Primero se reunió con el G-7 pero reconoció que el mundo distinto exigía un grupo más amplio, de modo que pidió hablar a los funcionarios de las naciones del G-20, presidido ese año por Brasil. Después, a instancias del presidente Nicolás Sarkozy de Francia y otros, convocó a la primera cumbre del G-20 que se celebraría el mes siguiente en la ciudad de Washington.







3. En el G-20 se habla mucho y se hace poco.



Esto no está del todo claro. Ciertamente, se habla mucho. Las cumbres y las reuniones de los ministros de Finanzas y los directores de bancos centrales ahora van acompañadas de sesiones ocasionales para ministros de Agricultura, Desarrollo y Trabajo, precedidas por las reuniones de los indispensables "grupos de trabajo". Al igual que con el G-7, existe el riesgo concreto de que la burocracia se adueñe del proceso. Un grupo más numeroso puede ser más representativo, pero una gran cantidad de participantes también obstaculiza las deliberaciones, convierte los debates francos en exposiciones más formales (y menos útiles) de puntos de vista y dificulta la acción.







Pero se han adoptado medidas importantes. En la cumbre del G-20 celebrada en Londres en 2009 se elaboró un plan de recuperación mundial por un monto de US$1,1 billones, que comprendía planes nacionales de reactivación, exhortaciones para obtener mayores recursos del FMI y mayor financiamiento para el comercio. Pero dado que desde entonces se han incrementado los déficits fiscales, para los líderes mundiales ha sido más fácil gastar grandes sumas de dinero que ajustarse los cinturones.







Aun cuando de las cumbres no surjan planes que acaparen los titulares de los periódicos, los esfuerzos de menor relevancia pueden dar resultados con el tiempo. La cumbre de Londres transformó el Foro sobre Estabilidad Financiera (una agrupación laxa fundada por el G-7) en el Consejo de Estabilidad Financiera, un órgano más influyente, abierto a todos los miembros del G-20 y encargado de guiar las nuevas políticas de regulación financiera, que ya ha logrado acuerdos sobre normas y métodos de seguimiento. Las cumbres del G-20 de Pittsburgh, Toronto y Seúl, al igual que las tareas de preparación que se llevaron a cabo este año bajo la presidencia de Francia, han dado lugar a acuerdos para eximir de las prohibiciones a la exportación al suministro de alimentos en situaciones de emergencia y para brindar asistencia a la agricultura en África. Asimismo, Francia ha usado el G-20 para iniciar el debate sobre la posible configuración de un sistema monetario internacional futuro.







4. El G-20 es un nuevo gobierno mundial.



De ninguna manera. Aquí no hay votos, no hay estatutos que establezcan derechos ni responsabilidades, no hay acciones obligatorias. El G-20 es un foro para la diplomacia en la esfera económica, un comité directivo informal en el que se intercambian opiniones, informes y recomendaciones a la vez que se busca el consenso para adoptar medidas. Sus miembros también recurren a instituciones multilaterales para impulsar ideas y ejecutar políticas con la ayuda de las naciones que no integran el G-20.







Con un grupo tan dispar como el G-20, para elaborar medidas significativas por lo general primero deben forjarse acuerdos en grupos pequeños y procurar después coaliciones más amplias, preferiblemente con el apoyo tanto de países en desarrollo como desarrollados, o con respaldo en diversas regiones. (Por ejemplo, una propuesta compartida por Estados Unidos y China o India, ciertamente tendrá mucho peso). Sin embargo, a fin de cuentas, todas las grandes decisiones dependen de los gobiernos nacionales, que, como representantes soberanos, deben decidir si cooperan, cómo y cuándo lo hacen.







5. La verdadera prueba del G-20 será comprobar si puede prevenir una crisis financiera futura.



Esto es sin dudas importante, pero aún debe pasar la prueba inmediata: superar la crisis actual. La economía mundial se ve obstaculizada no solo por grandes déficits y bancos en dificultades, sino también por el desempleo y un crecimiento lento.







En la cumbre del G-20 que se celebrará en Francia la semana próxima, la zona del euro presentará su nuevo plan para recapitalizar y fortalecer los bancos de la Unión Europea, utilizar su nuevo Fondo Europeo de Estabilidad Financiera para permitir a los gobiernos de Italia y España refinanciar sus deudas y a la vez asistir a Grecia, Portugal e Irlanda, y aliviar la carga de la deuda de Grecia y darle una oportunidad para recuperarse.







Las dificultades de Washington con el presupuesto, la deuda, el crecimiento y el empleo quizá no sean tan apremiantes a los ojos de los mercados internacionales, pero pueden ser igualmente graves. El crecimiento económico de los países en desarrollo ha ayudado a compensar el magro desempeño de las naciones desarrolladas, pero no son inmunes a las crisis que provienen de los países industrializados. En conjunto, todas las naciones deben al menos ponerse de acuerdo en no hacer tonterías, como retraerse al proteccionismo o a las guerras comerciales. El G-20 también debe compensar el daño causado a los países más pobres, que no se sientan a la mesa de las negociaciones.







Robert B. Zoellick, presidente del Grupo del Banco Mundial, ha participado de todas las cumbres del G-20.



* Este editorial se publicó originalmente en el diario The Washington Post en inglés.
 
 
 
fuente: Banco Mundial

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