El caucho sintético: entre Hitler, Roosevelt y los químicos alemanes
Nos hemos acostumbrado tanto a los objetos concebidos en las factorías que nos resulta difícil entender y atribuirle el justo valor a ese invento que vio la luz en Elberfeld, Renania, hace cien años: entonces, el químico alemán Fritz Hofmann consiguió producir caucho artificialmente por primera vez.
Hoy el caucho sintético constituye más de la mitad de la producción mundial de caucho y, como material, es parte integral de nuestra vida cotidiana; pero hasta el siglo XIX, los países industrializados no sabían qué fabricar con la sustancia –aparte de borradores, botas y abrigos impermeables–, cómo explotar las potencialidades de esa materia prima, ni cómo librarse del yugo de quienes monopolizaban su producción en Brasil.
Prometedora sustancia
A principios del siglo XVI, los colonizadores europeos en Suramérica se percataron de los usos que sus habitantes originarios hacían del caucho, una sustancia lechosa que brotaba de las incisiones hechas en el tronco de un árbol que los indios llamaban “ca-hu-chu”: “madera llorona”. Al secarse la leche, los indios hacían de ella tubos, envases, ropajes impermeables, figuras ornamentales y pelotas.
Los europeos copiaron pero no trascendieron los usos dados al caucho al otro lado del Atlántico.
Esta maleable sustancia sólo comenzó a ser vista como una materia prima prometedora, rentable y de importancia estratégica tras la
invención del automóvil en 1880. Quienes más se beneficiaron de la creciente demanda fueron los productores de caucho en Brasil –el único lugar en donde crecía la madera llorona–, incluso después de que un ciudadano británico consiguiera robar 70.000 semillas del árbol de caucho.
A principios del siglo XX se empezó a cultivar con éxito el caucho en las colonias británicas del sureste asiático, pero el hecho de depender de pocas fuentes y la inestabilidad de la calidad y los precios del caucho siguió inquietando a los Estados industrializados.
Rentable sustituto
De ahí que la sustitución del caucho por una sustancia sintética que emulara todas sus cualidades ganara importancia con el tiempo. De hecho, la directiva de la fábrica de pinturas Friedrich Bayer en Elberfeld creó un premio para recompensar a los químicos de su planta que lograran desarrollar el nuevo material. En 1909, tras años de experimentos, el premio fue a dar a manos de Fritz Hofmann.
“Ese fue un invento invalorable, pero, al mismo tiempo, tampoco fue producto de un milagro; después de todo, ya en el siglo XIX la química alemana tenía un rango muy alto en todo el mundo”, explica Robert Schuster, químico y director del Instituto para la Tecnología del Caucho en Hannover.
Gracias a la invención de Hofmann se elaboraron las primeras llantas y la goma dura empleada en la flota de submarinos alemanes fabricados durante la Primera Guerra Mundial, pero el proceso del cual surge el valioso material es demasiado lento y costoso como para dar lugar a una producción masiva.
Eso cambia en los años veinte cuando el químico Walter Bock, basándose en el trabajo de Hofmann, crea un caucho a base de butadieno y sodio.
Un desarrollo técnico importante
Tras su llegada al Gobierno en 1933, los nacionalsocialistas reconocen el valor estratégico del nuevo material. “Alemania sabía que, en caso de dificultades, las fuentes de caucho natural estarían en manos de los ingleses o los franceses, cuando no en otras. Creo que esa reflexión jugó un rol importante en la producción masiva de caucho sintético a partir de 1936”, comenta Schuster.
Ciertamente, el Tercer Reich necesitaba llantas de caucho para los vehículos militares, las motocicletas y los camiones para la guerra.
Estados Unidos no se quedó atrás. Conscientes del potencial ofrecido por el compuesto butadieno- sodio en tiempos de guerra, el país gobernado por Franklin Delano Roosevelt no solamente construyó una fábrica de buna en su territorio; su Congreso autorizó el otorgamiento de la patente de la buna a Estados Unidos. De nuevo se erigió la guerra en partera de un desarrollo técnico importante.
Hoy día hay cerca de cien formas distintas de caucho sintético, cada una con características y usos especiales. Y el desarrollo de nuevos tipos de caucho no se detiene. De haberlo sabido, Fritz Hofmann, quien murió en 1956, se habría alegrado mucho.
Autor: Andreas Becker / Evan Romero-Castillo
Editor: Enrique López
fuente: http://www.dw-world.de
Hoy el caucho sintético constituye más de la mitad de la producción mundial de caucho y, como material, es parte integral de nuestra vida cotidiana; pero hasta el siglo XIX, los países industrializados no sabían qué fabricar con la sustancia –aparte de borradores, botas y abrigos impermeables–, cómo explotar las potencialidades de esa materia prima, ni cómo librarse del yugo de quienes monopolizaban su producción en Brasil.
Prometedora sustancia
A principios del siglo XVI, los colonizadores europeos en Suramérica se percataron de los usos que sus habitantes originarios hacían del caucho, una sustancia lechosa que brotaba de las incisiones hechas en el tronco de un árbol que los indios llamaban “ca-hu-chu”: “madera llorona”. Al secarse la leche, los indios hacían de ella tubos, envases, ropajes impermeables, figuras ornamentales y pelotas.
Los europeos copiaron pero no trascendieron los usos dados al caucho al otro lado del Atlántico.
Esta maleable sustancia sólo comenzó a ser vista como una materia prima prometedora, rentable y de importancia estratégica tras la
invención del automóvil en 1880. Quienes más se beneficiaron de la creciente demanda fueron los productores de caucho en Brasil –el único lugar en donde crecía la madera llorona–, incluso después de que un ciudadano británico consiguiera robar 70.000 semillas del árbol de caucho.
A principios del siglo XX se empezó a cultivar con éxito el caucho en las colonias británicas del sureste asiático, pero el hecho de depender de pocas fuentes y la inestabilidad de la calidad y los precios del caucho siguió inquietando a los Estados industrializados.
Rentable sustituto
De ahí que la sustitución del caucho por una sustancia sintética que emulara todas sus cualidades ganara importancia con el tiempo. De hecho, la directiva de la fábrica de pinturas Friedrich Bayer en Elberfeld creó un premio para recompensar a los químicos de su planta que lograran desarrollar el nuevo material. En 1909, tras años de experimentos, el premio fue a dar a manos de Fritz Hofmann.
“Ese fue un invento invalorable, pero, al mismo tiempo, tampoco fue producto de un milagro; después de todo, ya en el siglo XIX la química alemana tenía un rango muy alto en todo el mundo”, explica Robert Schuster, químico y director del Instituto para la Tecnología del Caucho en Hannover.
Gracias a la invención de Hofmann se elaboraron las primeras llantas y la goma dura empleada en la flota de submarinos alemanes fabricados durante la Primera Guerra Mundial, pero el proceso del cual surge el valioso material es demasiado lento y costoso como para dar lugar a una producción masiva.
Eso cambia en los años veinte cuando el químico Walter Bock, basándose en el trabajo de Hofmann, crea un caucho a base de butadieno y sodio.
Un desarrollo técnico importante
Tras su llegada al Gobierno en 1933, los nacionalsocialistas reconocen el valor estratégico del nuevo material. “Alemania sabía que, en caso de dificultades, las fuentes de caucho natural estarían en manos de los ingleses o los franceses, cuando no en otras. Creo que esa reflexión jugó un rol importante en la producción masiva de caucho sintético a partir de 1936”, comenta Schuster.
Ciertamente, el Tercer Reich necesitaba llantas de caucho para los vehículos militares, las motocicletas y los camiones para la guerra.
Estados Unidos no se quedó atrás. Conscientes del potencial ofrecido por el compuesto butadieno- sodio en tiempos de guerra, el país gobernado por Franklin Delano Roosevelt no solamente construyó una fábrica de buna en su territorio; su Congreso autorizó el otorgamiento de la patente de la buna a Estados Unidos. De nuevo se erigió la guerra en partera de un desarrollo técnico importante.
Hoy día hay cerca de cien formas distintas de caucho sintético, cada una con características y usos especiales. Y el desarrollo de nuevos tipos de caucho no se detiene. De haberlo sabido, Fritz Hofmann, quien murió en 1956, se habría alegrado mucho.
Autor: Andreas Becker / Evan Romero-Castillo
Editor: Enrique López
fuente: http://www.dw-world.de
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