En Puerto Montt la cultura sureña como manto protector de vicios y crueldad llega con la expo “Miscelánea” que se inaugura este viernes en la Sala Multiuso de la Casa del Arte Diego Rivera. Entrada liberada.
En Puerto Montt la cultura sureña
como manto protector de vicios y crueldad llega con la expo “Miscelánea” que se
inaugura este viernes
Que detrás de la aparente amabilidad, cordialidad y
hospitalidad sureña existan vicios sociales que configuran una convivencia
frágil, desigual y violenta que se niegan a abandonar la matriz cultural que
los generó, es lo que intenta desenmascarar la artista Konstanza Scheihing con
su exposición “Miscelánea” que inaugura el viernes a las 19 horas en la Sala
Multiuso de la Casa del Arte Diego Rivera. Entrada liberada.
Con el apoyo de la Corporación Cultural de Puerto
Montt, la exhibición se inscribe en el proceso de búsqueda y creación de la
artista visual que ofrece de manera sistemática el vehículo de la provocación
para sacudir –literalmente- los modelos atávicos, regresivos y reaccionarios de
una sociedad local que junto a sus valores, también es violenta, segregadora y
atrasada.
Una serie de pinturas que ya a partir de su pequeño
formato parecieran indicar los pequeños mundos que habitamos en el sur y, lo
peor, que no abandona rasgos identitarios destructivos como el machismo
–estructurado sobre todo por las mismas mujeres-, alcoholismo, desaparición de
personas, el extendido clasismo apreciado como valor, racismo y la formación de
las niñas hacia el servilismo.
EL SUTIL CAMINO DE LA VERDAD
La ambigüedad como arma de la conciencia aparece en
“Miscelánea”: ¿qué hace una mujer con rostro de burro sometiendo a otra? ¿Es
acaso la manifestación de la enemistad íntima que mata el desarrollo femenino
(y feminista)? ¿O se trata de una analogía hacia una sexualidad infantil y
estupidizada, donde no existe placer ni plenitud, subyugada por el papel pasivo
de la hembra?
Konstanza Scheihing juega de nuevo con los
prejuicios y teje de forma grácil y sutil una realidad a través del
subconsciente, que termina por desnudar un ethos cultural poco amable y que si
fuera paisaje, tendría más de horror que de parajes iluminados, tal como lo
hiciera con su exposición “Yo nunca quise un abominable hombre blanco” exhibida
en junio de 2012.
Estas imágenes que gustan
de aparentar –al igual que las personas- aprovechan los lenguajes ocultos para
llevar al espectador a un mundo que no quiere reconocer y que también es el sur
de Chile: mezquino, bajo y que se nutre en gran medida del sufrimiento de los
más débiles
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