OPINIÓN:"Reformas "permanentes".Por Luis Ulloa,Director de Derecho,Universidad San Sebastián

OPINIÓN 

Frente al complicado escenario económico mundial que amenaza con alcanzar las finanzas chilenas, hay quienes han planteado la necesidad de adoptar medidas tributarias “permanentes”. Sin eufemismos, la consigna es “alza de impuestos y más recaudación, sin retroceso”.




Se olvida que la causa de la crisis es precisamente la irresponsable generosidad pública mantenida “permanentemente” por décadas por algunos estados europeos, que aquí se quiere imitar y que en buena medida se sostuvo con las recaudaciones tributarias que también se busca replicar. No se ve ni se quiere ver la debacle griega, ni el anuncio de recesión hecho hace menos de una semana por España, ni el galopante desempleo en el Reino Unido, ni las revisiones de los seguros y beneficios sociales para reducirlos en Francia y Alemania. No se quiere ver que ya de vuelta, economías como la china, sí, la comunista China, tramitan hoy una reforma para reducir la carga tributaria de sus pymes, con la esperanza que las empresas puedan fortalecerse.



¿Qué hay entonces tras las folclóricas propuestas criollas? ¿Se ha descubierto acaso la receta para hacer desaparecer “permanentemente” las causas mundiales de la crisis y dar una lección a las economías del otro lado de “la mar océano”? Pan y circo bastan, decían los romanos, pues las masas no entienden y se conforman con un buen espectáculo. En Chile, más de 2000 años después, el César sigue teniendo los mismos fans, aunque con luces y cámaras de TV, y mejor vestidos.



Es cierto. En tiempos de crisis se requiere incrementar el gasto público, para lo que se necesitan recursos adicionales; pero éstos no exigen ser “permanentes”, a menos que no se tenga fe en las capacidades de los sujetos, en las iniciativas públicas y privadas, y en el emprendimiento. Adicionalmente, esta realidad que amenaza crisis, exige honestidad y seriedad.



Honestidad, pues es tiempo que la autoridad reinstale la franqueza y la veracidad del discurso público, que parecen haberse perdido en las últimas décadas, como cuando se requerían acuerdos para crear nuevos impuestos o aumentar las tasas de los existentes, olvidando luego la promesa de posterior eliminación o reducción.



Seriedad, porque si de reforma tributaria se trata -que el simplismo hace equivalente a elevar impuestos- deben determinarse primero las reales necesidades públicas; comprobar la correcta inversión de los recursos disponibles, incluyendo los tributos que todos pagamos; revisar la necesidad de mantener la actual plantilla laboral fiscal; examinar en forma técnica y realista, con menos discursos y más conocimiento, la estructura tributaria vigente, como cuando en 1974 se estableció un impuesto (IVA) con modalidad revolucionaria hasta entonces desconocida en Chile, o como cuando en 1983 se reformó radicalmente la tributación de las rentas de las empresas y sus dueños, adoptándose mecanismos que permitieron fortalecer o hacer nacer nuevas empresas, con el consiguiente aumento de contratación laboral y mejoras económicas de la población, todo lo cual se acompañó de un fuerte impulso a la producción nacional a través de medidas como la promoción de las exportaciones y de mecanismos tributarios como la atracción de capitales e inversiones extranjeras. Sea que hoy se compartan o no, la permanencia y defensa por décadas de estas reformas manifiestan su profundidad y seriedad, porque no se adoptaron en medio de amenazas, ni se exigieron a días de aprobarse un presupuesto.



El debate y los correctivos deben centrarse entonces en los reales problemas de Chile: la sangrante e inaceptable desigual distribución de la riqueza, en la ineficacia del actual sistema tributario por el nulo o escaso efecto patrimonial fiscal de algunos tributos, en la necesidad de promover -con los resguardos del caso- el consumo y el consiguiente incremento de los procesos productivos, efecto que trae como necesaria consecuencia más contratación de mano de obra y disminución de la cesantía, en la revisión del régimen de tributación en base a rentas presuntas y de los ya distorsionados regímenes de franquicias y exenciones, por sólo nombrar algunos.



Lo “permanente” no debieran ser entonces las mayores cargas tributarias, sino la honestidad del discurso público, y la seriedad de los análisis y las reflexiones, aunque ello signifique menos puntos en las encuestas y menos farándula.

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