Los búnkeres de Albania, una atracción turística para los extranjeros

Miles de búnkeres construidos para defender a la Albania comunista de una invasión enemiga se han convertido en una atracción turística para los visitantes extranjeros que quieren descubrir el misterioso país balcánico.

Para verlos y tocarlos no hace falta organizar "Bunker Tours" porque están esparcidos por todos los rincones del país desde los campos, los montes y la orilla del mar hasta incluso dentro de las propias ciudades.

Son "decoraciones" que la dictadura comunista (1944-1990) regaló a la naturaleza albanesa.

Algunos los llaman setas, otros cúpulas, influidos por sus formas semirredondas, pero todos coinciden en la misma idea: son un símbolo de la Guerra Fría y representan reliquias únicas del comunismo más ortodoxo de Europa.

"El término búnker es popular porque nosotros, en el Ejército, llamábamos centros de fuego a los pequeños de la infantería y posiciones de fuego a los grandes de la artillería", dice a Efe Skender Hasani, ingeniero zapador con una carrera militar de 42 años.

Los de infantería estaban diseñados para que tres soldados tuvieran suficiente espacio para abrir fuego desde la aspillera, mientras que los grandes -de 3 metros de altura y 7 de diámetro- podían albergar en su interior un cañón entero.

Todos están compuestos de una estructura sólida de hormigón, hierro y láminas de acero de alta calidad que llegan a tener un espesor de hasta casi dos metros.

"Hicimos pruebas con todos los tipos de armas, excepto la bomba atómica, y el 75 por ciento de los gatos y ovejas que metimos dentro de los búnkeres sobrevivió a los ataques", asegura el ex artillero Sami Haxhija.

"Este tipo de fortificación que se aplicó en Albania es un caso único que no encuentras en ningún otro país del mundo, por muy militarizado que sea", explica Petrit, profesor de historia.

Según los historiadores, el proyecto no fue una invención del Ministerio de Defensa ni del Estado Mayor de la época, sino producto de la mente diabólica del dictador estalinista Enver Hoxha.

La fortificación o la "bunkerización" del país empezó después de la represión soviética de la Primavera de Praga, el movimiento democratizador en Checoslovaquia de 1968.

Ese mismo año, Albania abandonó el Pacto de Varsovia y Hoxha consideró enemigos del pueblo tanto al revisionismo soviético como al imperialismo estadounidense, del que dijo: "es agresivo, aunque le quede un solo diente en la boca".

Basado en estas radicales teorías, el dictador rompió todos los contactos con el exterior y unos tres millones de albaneses vivieron hasta 1991 totalmente aislados.

Hoxha prometió a la población que lucharía para que su socialismo triunfara en el mundo entero y proclamó la Defensa como "deber sobre todos los deberes".

Fruto de su paranoia de que Albania podía ser invadida, fue la creación de un enorme Ejército de 100.000 soldados y 700.000 reservistas y la construcción, a ritmo frenético, de medio millón de búnkeres entre 1970 y 1980.

"Esperábamos el ataque por todas partes y por eso los búnkeres se construyeron en todo el territorio", señala el ingeniero jubilado Skender, de 76 años.

Pero esta imaginaria agresión nunca llegó a producirse y, con el paso del tiempo, algunos de estos numerosos refugios han sido cubiertos por la vegetación.

Otros sirven de restaurantes, viviendas para los más necesitados, contenedores de basura, almacenes de cereales, granjas de cerdos o talleres de reparación de automóviles.

Durante la dictadura de Hoxha, que prohibió los moteles y hoteles privados, eran también los sitios elegidos por las parejas jóvenes para hacer el amor y muchos albaneses fueron engendrados en estos lugares tan poco románticos.

La única ocasión en que fueron utilizados como protección fue en un reducido espacio en la frontera norte con Kosovo para que la población albanesa se resguardara de los bombardeos del Ejército serbio, que luchaba contra la guerrilla albano-kosovar del UCK durante la contienda de 1999.

Los búnkeres fueron los únicos testigos que resistieron a la furia de la población que asaltó y devastó todas las huellas del comunismo, después del cambio de sistema en 1991.

Su demolición es imposible porque tendría un coste demasiado elevado y, además, de momento encabezan la lista de los productos irónicamente calificados como "Made in Albania".

Ante la imposibilidad de llevarse uno de verdad a su país, los turistas que quieren un recuerdo de los 50 años de época comunista se conforman con los búnkeres en miniatura hechos de alabastro, cuyo precio en las tiendas oscila entre los 5 y los 15 euros, según el tamaño y las funciones del "souvenir".


fuente. http://www.adn.es

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