Envejecimiento activo

El término envejecimiento activo fue definido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como «el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen». Supone una visión de proceso de envejecer en el que el estado de salud debe definirse en términos de funcionalidad. El envejecimiento activo es un objetivo de salud de primer orden para las personas de todas las edades. Envejecer de una u otra forma no es cuestión de azar. Se han determinado diferentes factores implicados en las formas de envejecimiento, la mayoría de los cuáles son modificables, y no se distribuyen homogéneamente en la población. Existen importantes diferencias en las formas de envejecer entre las diferentes culturas.



Son factores de desigualdad: la mayor edad, el peor estado de salud física, las diferencias en la morbilidad y diferentes hábitos de vida, pero también el mayor impacto del deterioro por factores socioecómicos y culturales (menor nivel de ingresos, analfabetismo, soledad, precarios entornos, falta de redes sociales alternativas, etc).

La OMS advierte que la salud, en general, y un envejecimiento saludable no es sólo cuestión de genética. Alerta sobre la importancia de los factores sociales y económicos. Expertos de esta organización internacional afirman que «la mayoría de la población del planeta tiene peor salud de la que le corresponde a su biología». Las simples diferencias biológicas no son capaces de explicar la diferencia de 42 años de esperanza de vida al nacer que puede haber entre las poblaciones de Lesotho o Japón. Mejorando los recursos para una alimentación adecuada, logrando unas condiciones de empleo de menor riesgo, dotando de viviendas dignas y controlando determinados hábitos, como el consumo de tabaco y de alcohol, conseguiríamos los aspectos físico del envejecimiento de las clases más desfavorecidas. En cuanto a la salud mental, y en concreto lo referente a la prevención de las demencias y otros tipos de deterioros cognitivos, está en nuestra mano adoptar medidas y propiciar costumbres que hagan que lleguemos a la senectud en mejores condiciones de enfrentarnos a este «mundo de olvido».

La demencia se define como un síndrome adquirido de alteración intelectual persistente que compromete la función de múltiples esferas de la actividad mental, tales como la memoria, el lenguaje, las habilidades visoespaciales, las emociones, la personalidad o la cognición.

Los datos son abrumadores, aproximadamente 800.000 personas mayores de 65 años, en nuestro país, padecen algún tipo de demencia. Los costes económicos que supone una atención socio sanitaria digna sobrepasan cualquier tipo de previsión, los cálculos presupuestarios estimados para la aplicación de la Ley de Dependencia han superado con creces las previsiones realizadas al alza.

Un reciente estudio realizado en la Universidad de Columbia (EE UU) relacionan las alteraciones cognitivas leves con pérdidas sensoriales del que podemos considerar como el sentido más primitivo, el olfato. El tener cierta dificultad para reconocer olores como la piña, la fresa, el limón, el cuero, las lilas, el humo, el gas natural, la menta o el clavo, nos puede hacer sospechar que nos encontramos ante una situación de deterioro cognitivo leve.

Algunas técnicas han demostrado su eficacia en cuanto a la prevención de las alteraciones cognitivas y en cuanto a su retraso evolutivo. El entrenamiento de la memoria (adivinanzas, refranes, acertijos, crucigramas, sopas de letras), musicoterapia (escuchar música, bailar, cantar), ergoterapia (actividades manuales de pintura, barro, costura, manualidades en general), estimulación física (ejercicio físico diario), estimulación de las relaciones sociales (refuerzo de la amistad y de las relaciones interpersonales) y la lectura como elemento de desarrollo de la imaginación han frenar todas las alteraciones relacionadas con el deterioro cognitivo.

Recientemente se han puesto de moda determinados juegos que mediante preguntas sencillas intenta establecer cual es nuestra edad mental (brain training).

Aparecen colecciones de libros, que mediante ejercicios, nos garantizan entrenar nuestra memoria. Probablemente el mejor ejercicio de todos sea el de la lectura. Da igual el género literario que escojamos. El cato íntimo de la lectura nos permite adentrarnos en otros mundos, compartir vivencias y modelan nuestra realidad. Y además es gratis, basta con dirigirnos a las bibliotecas públicas y en ellas podemos encontrar de todo, desde lo descriptivo a lo filosófico, de lo imaginario a lo real, de lo soñado a lo vivido.

Los datos nos dan la razón. Las personas que se dedican o cultivan las letras, tanto como artífices de las mismas como simples «devotas», suelen ser longevas, y más aún, conservan su plena lucidez. Ejemplos en nuestra literatura lo hay para ilustrar tal argumento. Sin ir más lejos José luís Sampedro a sus más de ochenta años ha sido capaz de deleitarnos con una auténtica novela erótica como El amante lesbiano. Ana María Matute con más de setenta años fue capaz de escribir El olvidado rey Gudu, novela de aventuras o deleitarnos con una auténtica historia de amor en Aranmanoth. La longevidad de las personas de letras llega al paradigma con nuestro andaluz centenario Francisco Ayala. ¿Por favor, lea!

FUENTE: http://www.lavozdigital.es

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