El año del vino de cartón

Se conocieron noticias consideradas menores, pero que son las que mejor definen el estado de la economía de un país. A este cronista que no le vengan con gaitas de lo que baja el producto interior bruto o en qué punto se encuentra la recesión. La medida real de cómo está la situación es lo que consume la gente. Y ayer se supieron dos cosas. Una, que los precios del marisco se han hundido esta campaña de Navidad. Otra, que los vinos de crianza y reserva han sufrido un descenso en sus ventas de un veinte por ciento a lo largo de todo el año 2008, que Dios conserve en su gloria.

Quiero detenerme hoy, sobre todo, en la información del vino. Hasta ahora, escuchábamos revelaciones sobre el descenso de su consumo. Escuchábamos las quejas de los restauradores, que lamentan que les piden menos botellas. Pensábamos, ingenuos, que se debía a los controles de la Guardia Civil. «En este país solo funciona el palo», hemos llegado a escribir. ¡Qué error, qué inmenso error!, que diría el analista más equivocado de nuestra historia, llamado Ricardo de la Cierva. No es que la gente haya dejado de beber, Dios nos libre; es que se ha pasado al Don Simón , que ha visto aumentar sus ventas un veinte por ciento a lo largo del año que mañana termina.

No diré que esta marca sea mala, Dios me libre también; pero se vende en tetrabrik, que es una caja de cartón. ¿Cuál es su secreto? Que, por el precio de una botella de un crianza mediano, se puede comprar una docena de esos cartones, como bien saben los habituales del botellón. Y la gente todavía no lo pide en los restaurantes, que hasta ahí llega el pudor de mantener las apariencias, pero lo lleva a su casa. El vino Don Simón es el pecado solitario de la crisis.

Eso es la recesión económica, señores: la necesidad de reducir el gasto en consumo, a costa de las modas y las costumbres adquiridas. El miedo al futuro es capaz de arruinar una cultura, y la primera cultura arruinada puede ser la del vino, que tanto furor hacía en este país hace solamente unos meses. Algo parecido ocurre en los outlets , comercios de oportunidades, donde este año se han comprado tantos regalos, y son refugio de tanto comerciante: la gente acude a lo barato y estamos asistiendo a un fenómeno nuevo, que es la caída de las marcas, el triunfo de las imitaciones baratas, o la limitación de lo auténtico a las clases privilegiadas.

Vivimos tan acongojados ante lo que viene, que el céntimo de euro, tan menospreciado, recupera su valor. Ya solo nos falta que vuelvan los grandes almacenes de Saldos Arias, que tan bien representaron la España de la dificultad. De momento, ya hemos dado el primer paso: nos hemos pasado al Don Simón. Me parece un indicador cruel.


FUENTE: http://www.lavozdegalicia.es

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