La medicina de Ibn Battüta
A, el más grande viajero medieval, partió en al año 1325 de Tánger en peregrinación a La Meca. Cuando regresó al Magreb, veintinueve años más tarde, había visitado la mayor parte del mundo entonces conocido. El resultado de su periplo fue un libro,
, en el que describe multitud de prácticas medicinales.
Algunos de los remedios que propone parecen agradables, como masticar incienso para paliar la amnesia, aunque otros son más bastos pues, para curar el picor de ano, sugiere insertar varios dientes de ajo. Hay soluciones radicales: colocar un siluro eléctrico sobre la cabeza de la persona que sufre epilepsia, adelanto ecológico antiguo frente al invento del electroshock que se aplicaba en los manicomios.
Los afrodisíacos descritos por este aventurero son fabulosos: un pez con cara como la de un búho y una cresta de gallo, habitante de un pantano de Xinjiang, que provoca una erección de caballo: un escarabajo ampolla, del mar Caspio, que si se mantiene en la boca permite a un hombre tener trato carnal un centenar de veces seguidas o, desde luego, hasta que se caiga muero o lo escupa. La raíz de mandrágora de las montañas del Atlas es tan potente que un hombre que orine accidentalmente sobre ella tendrá una eyaculación instantánea, mientras que a una muchacha virgen que haga lo propio, se le rasgará el himen en el acto.
Una recomendación sanitaria bastante estrafalaria es que las madres lactantes pueden mejorar la producción de leche si se masajean los pechos con el sudor de los luchadores. En Irak, para tratar a las heridas, se empleaba el moho acumulado en jarras de arcilla que contenían agua, sistema que parece precursor del hallazgo moderno de la penicilina.
El afrodisíaco más utilizado en los harenes era el suqunqur , un eslizón, reptil cilíndrico de canijas patitas, macerado en salmuera, calientapollas feroz más potente que las ostras de Arcachon, los pistachos de Alepo o la orquídea
de testículo de zorro.
fuente. http://www.diariodeleon.es
, en el que describe multitud de prácticas medicinales.
Algunos de los remedios que propone parecen agradables, como masticar incienso para paliar la amnesia, aunque otros son más bastos pues, para curar el picor de ano, sugiere insertar varios dientes de ajo. Hay soluciones radicales: colocar un siluro eléctrico sobre la cabeza de la persona que sufre epilepsia, adelanto ecológico antiguo frente al invento del electroshock que se aplicaba en los manicomios.
Los afrodisíacos descritos por este aventurero son fabulosos: un pez con cara como la de un búho y una cresta de gallo, habitante de un pantano de Xinjiang, que provoca una erección de caballo: un escarabajo ampolla, del mar Caspio, que si se mantiene en la boca permite a un hombre tener trato carnal un centenar de veces seguidas o, desde luego, hasta que se caiga muero o lo escupa. La raíz de mandrágora de las montañas del Atlas es tan potente que un hombre que orine accidentalmente sobre ella tendrá una eyaculación instantánea, mientras que a una muchacha virgen que haga lo propio, se le rasgará el himen en el acto.
Una recomendación sanitaria bastante estrafalaria es que las madres lactantes pueden mejorar la producción de leche si se masajean los pechos con el sudor de los luchadores. En Irak, para tratar a las heridas, se empleaba el moho acumulado en jarras de arcilla que contenían agua, sistema que parece precursor del hallazgo moderno de la penicilina.
El afrodisíaco más utilizado en los harenes era el suqunqur , un eslizón, reptil cilíndrico de canijas patitas, macerado en salmuera, calientapollas feroz más potente que las ostras de Arcachon, los pistachos de Alepo o la orquídea
de testículo de zorro.
fuente. http://www.diariodeleon.es
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