La iglesia, con la ciencia

LA Iglesia anima a apoyar a los hombres y mujeres que se dedican a la ciencia y, de modo especial, a la ciencia médica, y que prestan un precioso servicio al bien integral de la vida y dignidad de cada ser humano. La Iglesia Católica, nos acaba de recordar la Instrucción de la Santa Sede «Dignitatis personae», mira con esperanza la investigación científica y desea que sean muchos los cristianos que contribuyan al progreso de la biomedicina y testimonien su fe en ese ámbito.
Igualmente, deseamos que los resultados de esta investigación sirvan también a quienes trabajan en las áreas más pobres y azotadas por las enfermedades. Los grandes descubrimientos en medicamentos, que no se comparten o quedan para uso exclusivo de los países o de los enfermos ricos, ponen de manifiesto que la ciencia si no va acompañada de un uso generoso, responsable y solidario, no remediará nunca los grandes males de la humanidad. Los misioneros de la Iglesia que derraman su generoso esfuerzo en hospitales y centros sanitarios del tercer mundo comprueban día a día que los adelantos científicos precisan de personas dispuestas a suministrarlos.
En el variado panorama filosófico y científico actual es posible reconocer una amplia y cualificada presencia de científicos y filósofos que, en el espíritu del juramento de Hipócrates, ven en la ciencia médica un servicio a la fragilidad del hombre para curar las enfermedades, aliviar el sufrimiento y extender los cuidados necesarios de modo equitativo a toda la humanidad. Los discípulos de Cristo queremos estar presentes junto a cada persona que sufre en el cuerpo y en el espíritu, para ofrecerle consuelo, luz y esperanza, que dan sentido a la enfermedad y a la experiencia de la muerte. Son momentos que pertenecen a la vida humana y caracterizan su historia, abriéndola al misterio de la Resurrección.
Sí. Todo profesional de las ciencias de la salud, de la medicina, la enfermería, la fisioterapia, la odontología, la podología, la logopedia, la psicología, la terapia ocupacional o las ciencias de la actividad física, está llamado a salir al encuentro de la fragilidad humana, a intentar curar sus patologías, a aliviar el dolor y a hacer llegar al mayor número de personas de todo lugar y condición los beneficios de la salud integral.
Sin embargo, no faltan representantes de los campos de la filosofía y de la ciencia que consideran el creciente desarrollo de las tecnologías biomédicas desde un punto de vista sustancialmente eugenésico. Consideran que provocar la muerte puede estar justificado para evitar el propio sufrimiento o, incluso, en beneficio de otros sujetos.
Ante esta realidad, la Iglesia no tiene la pretensión de intervenir en el ámbito de la ciencia médica como tal, sino de invitar a todos los profesionales de las ciencias de la salud, y a todas las personas, a actuar con responsabilidad ética y social. El valor ético de la ciencia biomédica se mide en referencia al respeto incondicional debido a cada ser humano, en todos los momentos de su existencia, y en referencia a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida.
Con toda claridad, existe un principio fundamental propio de toda ética que reconoce la dignidad humana: «a cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona». Este principio fundamental, que expresa un gran «sí» a la vida humana, debe ocupar un lugar central en la investigación biomédica, que reviste una importancia siempre mayor en el mundo de hoy.
Al proponer principios y juicios morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, la Iglesia Católica se vale de la razón y de la fe, lo que le permite elaborar una visión integral del ser humano y de su vocación, abierta a diversas culturas y, en general, a las personas de buena voluntad. Los cristianos podemos y debemos acoger todo lo bueno que surge de las obras humanas y de las tradiciones culturales y religiosas, que frecuentemente muestran una gran reverencia por la vida.
La rapidez de los progresos científicos y la difusión que se les da en los medios de comunicación social provocan esperanza y en ocasiones perplejidad en sectores cada vez más vastos de la opinión pública. Para ordenar jurídicamente los problemas que van surgiendo, a menudo se apela a los cuerpos legislativos e incluso a la consulta popular. Cuanto mejor sea la reflexión ética y científica, mejor se formará la opinión pública sobre las últimas consecuencias y alcances de cada opción. A ello, alejada de intereses mercantiles y económicos, quiere contribuir la Iglesia con la Instrucción «Dignitatis personae» y sus propuestas.
Con mi bendición y afecto,
Agustín
García-Gasco
Cardenal
arzobispo
de Valencia
fuente: http://www.abc.es

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